Junto a la puerta unas botas embarradas. El rastro de pisadas retrocedía hasta un montículo de tierra junto a las acacias. Sin necesidad de dotes adivinatorias, intuí qué se ocultaba bajo la superficie; pues había presenciado ese espectáculo muchas veces. Entré en la casa, subí las escaleras e irrumpí en su cuarto. Él, tirado sobre la alfombra con el rostro cubierto de lágrimas, sollozó: “Papá, mi juguete nuevo ha muerto”.
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